viernes, 12 de julio de 2013

Reconstruir la autoestima, reconstruír el país

Muchas veces, cuando uno intenta hacer un análisis de por dónde salir del agujero en el que nos encontramos, la realidad nos sobrepasa. España es hoy una herida abierta que sangra por todos sus frentes: la educación, la economía, la corrupción, la convivencia... ¿Por dónde empezar? ¿En qué debemos centrarnos cuando todo se desmorona? ¿Qué debemos arreglar primero para poder salir de esta? Yo tengo una idea bastante clara. La economía es importante, la educación es fundamental, pero hay algo mucho más vital y acuciante que todo eso. El primer paso imprescindible para levantar esta escombrera de país que es España, es reconstruir su propia autoestima. Sí, hay quien llama a la autoestima de un país "patriotismo", así que ya pueden crucificarme a gusto. Me seguiré manteniendo en mis trece: sin una sana autoestima, no hay recuperación posible.

Espabilad: así no vamos a ninguna parte, hostias




A quien me conozca le sonará rara esta afirmación viniendo de mí. "¿Qué demonios hace Ikael pensando en esos temas de autoestima cuando el Titanic hace aguas?" Yo siempre he sido un ardiente defensor de la máxima "primum vivere, ainda filosofare", partidario de solucionar eso de las cosas del comer antes que andarse con mandangas filosóficas y etéreas. Y no es para menos. La situación actual tan sólo se puede definir como "emergencia nacional", con una clase media que se destruye a toda velocidad, millones de niños en situación de extrema pobreza, y una tasa de paro sin precedentes en toda nuestra historia de hecatombe económica.

Y ¿Acaso no necesitamos pan para vivir? Sí, en efecto. Pero el problema es justo ese: para vivir hace falta una condición previa indispensable: querer vivir. Y eso no es lo mismo que querer sobrevivir.  No, no quiero decir que de pronto los españoles hayamos decidido pegarnos un tiro y morir físicamente. Sí, en efecto, si nos lanzan comida, aunque sean despojos, los comeremos en vez de morirnos de hambre. Pero nada más. Estamos ansiosos por aceptar caridad y por lo tanto, presas fáciles del primer demagogo que prometa pan y circo, pero no tenemos voluntad para hacer absolutamente nada por salir de esta situación. Aceptar limosnas y despojos, quejarse, protestar, pero nada más. Levantarse, trabajar, sacrificarse, luchar, moverse, cambiar, evolucionar: nada de eso. Hemos decidido suicidarnos como nación y sociedad. Y cuando un país entero ha asumido un suicidio colectivo, no tiene sentido proponer absolutamente nada para solucionarlo. Yo no me iría de revolución con un nihilista, es absurdo.

Y, sin embargo, esa es la postura de una gran parte de la sociedad, no sólo de un par de exaltados o independentistas a los que se les comprendería esta actitud. Una gran parte de los españoles están convencidos de que no tenemos nada que aportar al mundo. Un desalentado amigo mío comentaba después de enterarse del caso Bárcenas que "desearía ser canadiense", en un triste eco de esa célebre frase orteguiana de "español es aquel que no puede ser otra cosa". Casi me atrevería a señalar con un dedo el momento exacto en el que nos convencimos de ello definitivamente, en el que decidimos tirar la toalla: justo después de los atentados del 11-M. La narrativa le venía como anillo al dedo a todos los antiespañolistas que alberga nuestro país: España, un país tan malvado y vil, que había provocado un atentado absolutamente justificado al invadir Irak. Que dicho atentado se planeara antes de la guerra de Irak, que el terrorismo nunca esté justificado, que hasta un 92% de nuestra población estuviera en contra de dicha guerra o que la colaboración de España con los delirios imperiales de Bush se limitara a ceder un par de bases y enviar a un contingente de soldados mucho más reducido que el que puebla ahora Afganistán, nada de eso impidió que toda una gran parte de la sociedad comprara esa versión de la historia. España mala, malvada, merece que le pasen cosas horribles. Acojonante que una mayoría de los españoles tragaran con semejante mierda, pero es que si ustedes quieren ver odio y autodesprecio en estado puro tan sólo tienen que ver el que somos capaces de destilar hacia nosotros mismos.

Lo cual es algo que le viene de cojones a toda élite extractiva y mangante interesado en meternos mano. ¿Por qué enfadarse con alguien que le hace daño a un ente malvado como es España? ¿por qué indignarse por un robo si es de algo si es de poco valor, como por ejemplo España? Porque los españoles somos malvados y horribles, y nuestro país es malvado y horrible y no merece la pena hacer nada por él, claro. Somos vagos, catetos, mangantes, ignorantes y estúpidos. Merecemos la muerte, o qué se yo, esto que nos está pasando. Como todo el mundo sabe, nuestro país fue creado por Franco y la Santa Inquisición (gracias, ESO) y lo único que hemos sabido hacer desde entonces es perder guerras y asesinar indígenas y yo qué sé, inventar el calentamiento global y la sífilis, también. El resultado de semejante planteamiento vital tan sólo puede ser una indignación de chichinabo, que nace del "colega ¿qué hay de lo mío?" y no de cualquier impulso verdaderamente revolucionario, que para los despistadillos en temas históricos, siempre ha ido aparejado a una concepción bastante sana del patriotismo. Al fin y al cabo ¿Cuándo se dan las revoluciones, ya sea en las personas o los países? Pues cuando estás contra las cuerdas, y entre la destrucción absoluta y el cambio radical, eliges lo segundo: una persona o un país sólo están dispuestos a cambiar y reinventarse a sí mismos cuando están convencidos de que merecen la pena salvarse. Si no, toca aferrarse al "virgencita virgencita, que me quede como estoy" y sufrir un prolongado periodo de decadencia (personal o nacional) seguida de depresiones en el caso de las personas, o revueltas y protestas en el caso de los países (a veces confundidas con revoluciones de verdad) incapaces de generar ningún cambio a mejor, protestando por el fin de un modo de vida que anteponen y valoran más que a sí mismos. Y es que tanto la revolución francesa, como la rusa o la americana, nacieron de "amo a mi país y no soporto ver cómo una panda de mangantes se lo follan día sí día también", y nunca del "deme argo por favor se muera mi papa" lastimero y quejumbroso de un pueblo que no cree en sí mismo.

Nuestro país no necesita rescates del FMI ni salvapatrias de tres al cuarto, necesita antes que nada, sentarse en un diván y reconstruir su maltrecha cabecita. Somos un país lleno de neurosis, con la autoestima a la cabeza de ellas. Como una mujer maltratada, España busca migajas de aprobación en sus amos que la han postrado a base de golpes, con una gran parte de la ciudadanía incapaz de sentirse medianamente a gusto en su país sin que ganen "los suyos" las elecciones, como si esos "los suyos" no fueran la misma caterva de mangantes que nos ha llevado a esta situación, como si España no tuviera valor por sí misma y sólo lo adquiriera en función de a qué gran causa o ideal sigue, incapaz de entender que el país en sí mismo es un ideal, desviviéndose por terceros en detrimiento de sus propios intereses como el ama de casa que sólo vive para otros hasta que no puede más, donando dinero al tercer mundo mientras sus ciudadanos se sumen en la pobreza, inmolándose a sí misma porque no se considera digna de valor ni aprecio alguno. Somos una nación incapaz de entender que si ella misma no reconoce sus propios logros, nadie lo hará por ella, buscando siempre la aprobación en terceros (¿qué dirá de nosotros esta vez tal o cual periódico extranjero?) sin molestarse nunca en venderse a sí misma, convirtiendo hablar bien de nuestro país dentro de nuestro propio país en un deporte de alto riesgo, o que se lo pregunten si no a los que hicieron la campaña de Campofrío, Cocacola o los de este vídeo: ¿Hablas bien de España? Una de dos: O estás loco o eres un malvado facha.Viva.


Sólo así podemos. En serio.


Pero no nos engañemos. Esto no es casual. Es intencionado. Ha sido inducido. Decía Kropotkin, maestro de la propaganda rusa (y defensor del anarco-comunismo, pero esa es otra historia) que para desmoralizar a un pueblo entero eran necesario que transcurriera al menos una generación, para que así hubiera toda una generación  de personas que se hayan nacido, criado, crecido y madurado en un ambiente de autodesprecio. Al no haber conocido nada distinto, no iban a ser capaces de salir de ese marco de referencia en el cual eran inferiores únicamente por haber nacido, argumentaba el genial ruso. Bien, eso ya ha ocurrido con España. Es generalizado. No es una actitud reservada a cuatro batasunos. No es un futuro aterrador. Eso, repito, ya ha ocurrido. Nosotros somos el resultado de esa generación desmoralizada.

Una generación. 30 años. Los mismos que nuestra joven democracia. No es coincidencia. Hablamos de 30 años de humillación y autoflagelamiento sistemático y lo que es peor: de autodesprecio institucionalizado en su organización territorial y sistema educativo. Avivado bajo las alas de un régimen autonómico diseñado para crear a 17 protonaciones, y una constitución mal parida al calor de un antifranquismo de chichinabo y postureo vacuo, que identificaba a España como país con el régimen de Franco y por tanto, con EL MAL con mayúsculas. Una falacia lógica de una pereza mental brutal, convertida en axioma para una izquierda que renunció a toda pretensión de construcción nacional en aras del pacto perpetuo con los nacionalismos hasta diluirse en ellos, y que una derecha mojigata, acomplejada y patriotiquera (que no patriota), se negó a corregirlo, siendo incapaz de reconocer en público su afinidad con semejante campaña de desmoralización, pero encantada de perpetuarla y aprovecharse de sus dividendos. Los Bárcenas y Camps de la corrupta derecha española le deben mucho a todos los Arzallus y Rubianes de los nacionalistas, más de lo que estarían dispuestos a admitir. Unos sacudiendo el árbol hasta matarlo, los otros encantados de hartarse a recoger las nueces. Y qué decir de nuestro sistema educativo, convenientemente fraccionado para que cuando haya algún logro histórico del que sentirse orgullo sea sólo patrimonio del terruño y cuando sea algo vergonzoso, se pueda lanzar al cubo común de "eso es de España". ¿Dali, Cervantes, Amancio Ortega? Catalán, Castellano, Gallego.  ¿Bárcenas, Torquemada, Franco? Españolazos todos y cada uno de ellos. Una vez más, el perverso condicionamiento de la mujer apalizada: tus logros se los debes a otros, tus faltas son sólo tuyas.

Y aún así, a pesar de todo, España tiene solución. Si los españoles quieren que la tenga, claro. Si los españoles asumimos que el primer paso para levantarse, es querer hacerlo. Y para eso hay que querer. Que quererSE. Y entonces, sólo entonces, podremos pensar en lograr un cambio real. Revolucionario, incluso, en el buen sentido de la palabra. Porque no nacerá del "estamos hartos". Tampoco nacerá del "no aguantamos más". Y yo tampoco quiero que sea así. Yo no quiero que me dejen de arrear hostias en forma de corruptelas, escándalos, recortes, peleítas sectarias, insultos e irresponsabilidad institucional. No. No me conformo con eso. Quiero algo mejor. Porque merezco algo mejor. Porque no me trago que un país compuesto de gente tan jodidamente excepcional como mi familia y amigos se merezca un gobierno tan penoso, como si se pudiera disociar a un país de las personas que lo habitan, como si un corrupto anulara a mil honestos, un malvado a mil decentes, un vago a mil trabajadores. No creo en un pecado original español que nos condene a una eterna devolución de karma en virtud de nuestra leyenda negra. No creo en ningún determinismo histórico que impulse a los pueblos mediterráneos al fracaso. No creo que nuestra historia deba de acabar necesariamente mal aunque lo dijera Gil de Biedma. No creo que, por mucho que observe cual es mi parte de responsabilidad personal y colectiva en este desastre, tenga un sólo gramo de culpa. No creo en la maldición de la víctima eterna. Creo en nuestra capacidad para hacer introspección, analizar nuestros errores y superarlos. Creo en la posibilidad de refundar el país. Creo, ante todo y sobre todo, en David, Carlos, Leticia, Domingo, Chen Peng, Santi, Berta, Javier, Pép, Bouzas, Desiré, Extixu, Benjamin, Patricia, Ibai, y un largo etcétera de personas excepcionales que habitan mi país. Perdón: que SON mi país. Y un país así, no puede ser malo, créanme. Pero sobre todo, crean en ustedes mismos.

Próxima entrega: ¿Qué merece salvar la pena de todo esto? (ahora sí que sí)

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