viernes, 14 de febrero de 2014

El terror y la gran recesión (emocional)

Ahora que se aproxima San Valentín y esas cosas, no puedo evitar acordarme de eso del amor. Tranquilos, no me pondré cursi, lo mío es más ponerme filosófico y repensar las cosas. Entre ellas, me gustaría tratar un fenómeno que cada vez observo con más frecuencia, sobre todo en la gente de mi edad. Somos una generación aterrada. No, no "perdida", he dicho aterrada. Atenazada, paralizada, asustada. Lo verdaderamente extraño de todo, es que ese miedo y terror existencial se traslada a un terreno que en un principio, debería estar a salvo de la crisis: el sentimental. Bienvenidos a la era del terror emocional. O cómo el crack financiero se ha visto acompañado del colapso del sistema sentimental de muchos.

Caquita en los pantalones



Esta reflexión surgió de una conversación que tuve hace tiempo. Días atrás estaba charlando tranquilamente con mi padre sobre el tema ese de ligar y encontrar pareja y finalmente tuvo que admitirlo: "hijo mío, a mi todo esto que me estás contando de páginas web de contactos, códigos sociales implícitos y relaciones que no son de novio ni soltero, si no de todo lo contrario me parece como propio de otro planeta". Bueno, normal, es que son de otro planeta. Al fin y al cabo, mi señor padre conoció a mi madre con 17 años, se casaron tras un noviazgo de nada menos que 6 años, se fueron a vivir juntos al mes de celebrarse la boda y llevan felizmente casados desde entonces. Tienen dos piernas, dos brazos y una cabeza pero no se engañen: son alienígenas. Sus trabajos también eran propios de otra especie inteligente: contratos fijos (casi) de por vida, entrar de botones en un banco cuando acabas de llegar a la pubertad, jubilarte en el mismo siendo director de sucursal peinando canas a tus sesentaytantos años. Que me aspen, puede que me hayan parido, pero en ese sentido mis padres vienen desde más allá de Orión.

Es obvio que ahora vivimos en tiempos líquidos, que dicen algunos. Los contratos duran un suspiro, las carreras laborales se hacen y deshacen en cuestión de un par de años, la vivienda es alquilada, por supuesto, y la residencia... bueno, digamos que primero ensayas con el Erasmus, y luego ya te vas a ganar el pan a donde te llamen: a Londres, a Amsterdam, a DF... todo eso genera una inseguridad brutal. Es lógico. Al ser humano le gusta la rutina y la sensación de que todo está "como debe de estar". Son millones de años de evolución grabándonos en el cerebro eso de "cambio repentino = peligro". Y los tiempos que corren son inestables. Así pues ¿a qué se aferra la gente? Pues a lo único que > creen < que pueden controlar: sus relaciones personales.

Lo que noto en una gran parte de mi generación es una aversión al riesgo emocional brutal. Esta crisis nos ha convertido en inversores temerosos de otra burbuja inmobiliaria.

Te encuentras a gente que no quiere conocer a nadie, porque no vaya a ser que conozcan a alguien nuevo que no les guste. Tienes a parejas que permanecen en coma durante años, juntos únicamente porque ya se conocen. Tienes por supuesto, a quien no quiere ningún tipo de relación porque... ¿y si sale mal, eh? Mira que otras relaciones me han salido mal... tienes también a aquellos que nunca profundizan en ningún tipo de relación no vaya a ser que le empiecen a conocer de verdad y huy, demasiado peligro. Es cierto que todo eso existía antes. Pero ahora lo veo con una prevalencia mucho más brutal y exagerada. Más que ansiedad, lo que observo a mi alrededor es que la vida sentimental propia a una gran parte de la gente de mi edad lo que les genera un miedo atávico.

Huelga decir que el terror emocional toma muchas maneras, y varía en función de cada uno de los sexos, manifestándose de maneras diferentes en cada género e individuo lo que es, en el fondo, una emoción común al ser humano. En el caso de los tíos, suele tomar la forma de postureo extremo. Nos convertimos en una especie de criaturas impostadas y falsamente perfectas, dado que la manera instintiva que tenemos de levantar escudos es que nadie conozca ninguno de nuestros puntos débiles. Hacer de nuestra persona una falange de hoplitas. Diseñamos una imagen y narrativa personal más propia de semi-dioses que de seres humanos: ni una frase sin su réplica ingeniosa, ni un área de conocimiento en el que admitamos nuestra ignorancia, ni un gusto sin compartir, ni un resquicio de inseguridad, ni un detalle de la estética sin descuidar, adoptando la malsana obsesión por la imagen que hasta hace dos días era patrimonio exclusivo de las mujeres. Todo nos interesa, en todo somos expertos, todo lo hacemos bien, todo lo que hace o dice la posible pareja te parece maravilloso (y si no es así, te fuerzas a que te lo parezca), todo se mira, pondera y diseña como un mastodóntico navío de guerra imposible de atacar y hundir. Y muy, muy caro de mantener. El resultado no podría ser otro salvo el achicharramiento propio, y rechazo ajeno. Al fin y al cabo ¿No somos simples humanos en busca de otros seres humanos? ¿Cómo vas a mantener semejante prodigio de la técnica y el autoengaño funcionando a pleno rendimiento las 24 horas? ¿Cómo va a gustarle eso a ninguna mujer? ¿O a tí mismo, por ejemplo?  Mi generación es una generación de hombres quemados y desorientados, que no saben muy bien por qué dedican tanto esfuerzo para conseguir relaciones que en el fondo no disfrutan. Hasta el fucker fiestero consumado acaba por mostrar una fatiga triste.

Con las mujeres este sentimiento común toma la forma de riesgo nulo. Nada mueven, nada hacen, nada tocan, no vaya a ser que se rompa algo o que no salgan en la foto. Que nada cambie su situación previa, ya sean solteras por vocación o amantes de las relaciones serias, da lo mismo. Se tenderá no a a buscar la felicidad, si no a mantener el statu quo, cueste lo que cueste, sin pararse a ver si dicho statu quo les hace verdaderamente felices. No hay una presión por mantenerse casadas o solteras per se, si no por mantener una identidad inmutable, ya seas "la novia de" o "la eterna soltera de oro", así que por lo que más quieran ¡No arriesgues! ¡Cualquier paso en falso sería fatal! O eso dicen. O eso se dicen a sí mismas. Se cuentan a sí mismas un cuento absurdo sobre como toda "la sociedad" las va a juzgar. Cuando no hay juez más severo que ellas mismas.

El romanticismo no ha muerto, chavales


Todo eso, como iba diciendo, es un error, y un error trágico.

La nuestra es una generación a la que llaman "la más preparada". Pero eso es tan sólo referido al ámbito académico. Nada nos preparó para hacer frente a este valiente nuevo mundo inestable. No sabemos lidiar con el fracaso, no sabemos qué hacer con el rechazo, no sabemos abrazar el cambio, nos resistimos como fieras a reinventarnos a nosotros mismos (ese patético y miope concepto de "ser auténtico"), nos negamos en redondo a aceptar que todo, repito, todo en este mundo puede cambiar en cualquier momento. Los españoles más si cabe todavía: no en vano, la utopía que nos vendió nuestro fallido estado de las autonomías era que íbamos a nacer en un sitio, vivir en el mismo sitio, estudiar en el mismo sitio, trabajar en el mismo sitio, morir en el mismo sitio, con nuestra cuadrilla de colegas, "tu gente" haciendo "lo de siempre" en lugares "de toda la vida".

Ese sueño se ha acabado y no va a volver ¡Despertad! ¡Pero no despertéis a la desesperación, si no para buscaros un sueño nuevo!

Porque señores, la búsqueda constante del mínimo riesgo emocional, esa huida permanente del "que nos hagan daño", ese chapotear en la piscina de niños que llamamos "zona de confort" es brutalmente tóxica. Es la receta perfecta para el declive personal. Quien arriesga, gana. Y quien nada arriesga, nada puede ganar. Esto es así. La felicidad no pertenece ni al más tonto, ni al más listo ni el más fuerte, ni al más afortunado de la clase. Pertenece al más valiente. Grabarlo en la cabeza. El miedo es el asesino de mentes, que decían las Bene Gesserit. Y cuando lo ignoramos, descubrimos que tenemos una libertad de acción brutal para hacer de nuestras vidas lo que nos de la gana.

En contra de lo que pudiera parecer, las relaciones sentimentales de cada uno no es algo que podamos controlar. Tenemos una sensación de control, pero esta es una ilusión vana, dado que toda relación, como bien indica su nombre, es una cosa de dos personas. Pretender controlar cómo se siente y piensa alguien que no seamos nosotros mismos es un ejercicio no sólo tiránico, si no en última instancia, inútil. Y por eso mismo la posibilidad de que toda nuestra vida sentimental salte por los aires en cualquier momento y sin esperarlo está ahí, nos guste o no. Y sin embargo, en nuestras vidas sentimentales, al contrario que nuestra vida física y extensa, nos permite errar y morir, una y otra, y mil veces sin mayores consecuencias que las que queramos otorgarle. Cierto, no podemos evitar que nos duela el rechazo, las rupturas, los desengaños o incluso cosas tan mundanas como que el día que quieras salir ninguno de tus colegas pueda. Pero sí que podemos decidir entre convertir ese rechazo en algo transitorio y útil, o elevarlo a la categoría de tragedia digna de guardar el luto durante meses y años. Eso sí que podemos controlarlo. Y nos da miedo, por las posibilidades que ello abre, y porque en muchos casos, eso atenta contra nuestra identidad personal, muchas veces construida en torno a historias personales dramáticas en las que siempre nos consideramos víctimas. Pero como pasa en la política, la economía y en la gran escala, muchas veces debemos renunciar a lo accesorio (identidad) para alcanzar una meta más elevada (felicidad).

Así que adelante. Sean eternamente solteros, forjen relaciones legendarias que duren años, salten entre los brazos de mil amantes distintos, comprométanse en sagrado matrimonio, experimenten con relaciones abiertas, orienten su sexualidad en mil direcciones diferentes, hagan lo que quieran con su vida sentimental pero recuerden que toda gran victoria, toda gran historia de amor real que ustedes hayan contemplado con envidia o admiración, supuso en su momento una inversión considerable, una toma de riesgo y mil intentos previos fallidos a sus participantes. Sean prudentes con su dinero, no con sus sentimientos. Pujen al alza e inviertan todos sus ahorros en la bolsa de la vida. Pierdan sus inversiones estrepitosamente y provoquen miles de crisis sentimentales sistémicas.

Les aseguro que, lejos de arruinarse, eso les hará más ricos. Que pasen un feliz San Valentín.

PD: Dedicado a mi buena amiga Rosa, que decidió que eso de que las chicas "se supone que no llevamos la iniciativa" era una tontería, y hoy sé de buena tinta que está celebrando este día como una campeona (y como ella, muchas más).

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